La hija de Marta
Marta tiene dieciocho años, los labios rellenos de botox, el pelo rojo brillante, un piercing en el ombligo y una hija de dieciocho meses que no puede disfrutar. No tuvo una vida fácil: sus padres se separaron cuando ella era pequeña, y con catorce años ingresó en un centro de acogida de la Generalitat, porque su propia madre argumentó que no podía con ella.
Tras salir del centro de acogida, con dieciséis años se quedó embarazada y decidió seguir adelante, pese a la oposición de su familia. A los pocos meses, la Dirección General de Atención a la Infancia le retiró la custodia de su hija y la pequeña pasó nuevamente a engrosar las listas de los niños internos en centros de acogida.
Ha tenido flirteos con las drogas, aunque ella siempre lo niega, y mantiene una relación de amor-odio con el padre de su hija, que derivó en una orden de alejamiento para él y varias condenas penales. La custodia de la niña finalmente fue entregada provisionalmente al padre de Marta, el único que podía garantizar unos ingresos mínimos para mantener a la pequeña. Y ello provoca que quien hace de madre de la niña en su día a día no es Marta, sino su madrastra, la mujer de su padre.
Ahora, Marta estudia en una academia de peluquería, trabaja en un bingo por las noches y quiere recuperar a su hija.
Llega tarde a las citas, es nerviosa y cambia a menudo de opinión. Muchas veces es difícil saber si no está mintiendo. Y si no me estoy equivocando al aceptar el caso, si la niña realmente estará bien si consigo que le den la custodia.
Pero pese a todo, creo que Marta se merece una oportunidad. No puedo dejar de pensar en los ojos tristes de la niña cuando aparecieron ayer las dos por mi despacho.
Una niña de dieciocho meses no debe tener los ojos tristes. Debe tener ilusión, anhelo por descubrir el mundo en sus primeros pasos, llenarse las manos de pintura de color rojo, despertarse inquieta por las noches y llamar a mamá, balbucear y enfadarse porque todavía no sabe comunicarse…
Debe saber llorar, enrabiarse por no conseguir lo que quiere.
Y todo eso no lo hace la hija de Marta.
Porque fue separada y arrancada del pecho de su madre por unos indicios equivocados, por la convicción de que una maternidad prematura no sería correcta.
Y la niña no pudo vincularse con su madre, no conoce ese sentimiento de que la madre es una figura “irremplazable, única”. No tiene ningún punto de referencia. Tiene cubiertas sus necesidades físicas, pero no las afectivas.
Mientras Marta llora por lo complicado del caso, la niña sólo sujeta el biberón y apenas mira a su madre. Su padre me decía que Marta no tiene edad para hacerse cargo de su hija, que es demasiado inmadura, que después habría problemas y volverían a llevarse a la pequeña al centro de acogida.
Esta mañana decidí ayudarla. Al fin y al cabo, no seré yo quien decida. Afortunadamente, decidirá el Juez.
1 comentarios:
A las 19 de abril de 2007, 12:42:00 GMT-7 , Anónimo ha dicho...
Menudo caso. Es un pez que se muerde la cola, primero ella y luego su hija. Ambas son víctimas con un futuro incierto. Creo que hay que darles una oportunidad a las dos. Pero hay ayudar a Marta, hay que ayudarla a madurar, ayudarla a ser felíz.
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