El sinoide vascular
“Tenía en el cuello ese huequito que llamábamos el Bósforo. Me zambullía desde su hombro en el Bósforo. Descansaba la vista en él. Me arrodillaba y ella me miraba burlona, como si fuera yo de otro planeta. La de la mirada burlona. Su fresca mano, que sentí de repente en el cuello en un autobús de El Cairo, el amor a toda prisa en un trayecto de taxi cubierto, desde el puente Jedive Ismail hasta el Tipperary Club, o el sol que se filtraba entre sus uñas en el vestíbulo del tercer piso del museo, cuando me cubrió la cara con la mano.
… Recuerdo que se volvió riendo. Señaló con su grueso dedo el punto junto a su nuez y dijo: “Esto se llama sinoide vascular”. Y dio a ese hueco de su cuello un nombre oficial. Regresó con su mujer a la aldea de Marston Magna y sólo se llevó su volumen favorito de Tolstói: me dejó todas sus brújulas y mapas. Nuestro afecto siguió inesperado”.
(Fragmento extraído de la película El Paciente Inglés, de Anthony Minguella)
Me revolví en el incómodo asiento del cine Pelayo. En la oscuridad que favorecía la película pude escuchar como a varias personas se les caían las lágrimas. Yo misma hice un esfuerzo para que mi hermana, todavía adolescente, no pudiera ver cómo me emocionaba. Cuando llegamos las dos a la casa familiar, me miré lentamente en el espejo del baño. Y pude contemplar cómo yo también tenía marcado ese hoyuelo en el centro del cuello, el llamado sinoide vascular. La naturaleza, para compensar mi nariz aguileña, me había regalado una figura elegante y estilizada que en aquellos años era mi principal atractivo para el sexo opuesto. Y eso hacía que a mis veintitrés años el huequito en cuestión se dibujara en el espejo exactamente igual que a Kristine Scott Thomas en la película.
Días después, la escena no me abandonaba, por lo que fui preguntando a todo varón que se me acercaba si conocía la existencia de ese hoyuelo. Ninguno pudo darme una respuesta, incluso los que habían visto la película. Cuando llegué el lunes al despacho donde trabajaba como pasante, miré de reojo a mi compañero bajo los expedientes, y le señalé el sinoide vascular. Pero a él no fui capaz de preguntarle. Posiblemente, tampoco lo hubiera adivinado.
Como Kristine Scott Thomas, ya sabía que sería el padre de mis hijos.
1 comentarios:
A las 8 de agosto de 2007, 4:00:00 GMT-7 , Abogadaenbcn ha dicho...
BRAVO!!!!!!!!
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio