Violencia doméstica (2º capítulo)
Tras salir del Juzgado, he venido directamente a casa. Siento dolor intenso por todo mi cuerpo, no es un dolor físico, pero apenas me permite mantenerme en pie. Por si fuera poco, un nudo tan invisible como conocido me oprime la garganta y no me deja respirar, ni dormir, ni apenas comer. Mi estómago se ha cerrado en banda y no acepta más que lo imprescindible: he aprendido a sobrevivir con las sobras de las cenas para mis hijos.
Él sigue dentro. En la casa grande, como le llaman. Tengo su mirada clavada en mi mente con la misma intensidad con la que él aseguraba quererme, con la misma fuerza con la que me empujó sobre la cama no precisamente para amarme… No para amarme, me repetía una y otra vez esa fatídica noche. Si no puedo amarte yo, nadie más podrá… porque nadie te querrá como yo. ¿Tanto te cuesta darte cuenta? ¿Por qué no quieres entrar en razón? Si tú pusieras de tu parte, tendríamos la oportunidad de ser felices, pero te cierras en banda.
No recuerdo cuándo se rompió el hechizo, en qué momento lo que antes me había hecho tocar el cielo se tornó un carnaval de rechazo y lágrimas. De no poder dormir sola pasé a desear que se marchara, a no reconocerme entre sus brazos, a tener pánico a los fines de semana y las vacaciones, a evitar los encuentros a solas… a cerrar los ojos y a apretar los puños todas las noches, para que no notara precisamente eso, que estaba cerrada, que mi cuerpo le rechazaba al igual que mi alma. Mis tres niños, mis tres corazones latiendo fuera de mi cuerpo, asistían como espectadores impasibles a la lenta agonía en que se había convertido nuestra convivencia.
Necesito una ducha. He advertido que los pendientes que llevaba en el juicio se me han caído y los he perdido. Mi abogada me ha dicho que mi aspecto ha mejorado desde la primera vez. Por lo menos, ya no llevo collarín, las ojeras de las noches interminables se han ido suavizando y el instinto de supervivencia ha hecho que ganara algunos kilos.
¿Dónde estará ahora? Qué tonta, claro que sé donde está. ¿Habrá llegado a tiempo para cenar? Me pareció que había perdido peso considerablemente. Pero dicen que no se come tan mal en la casa grande. ¿Y qué estará haciendo ahora? Quizás hablando con su abogada, escuché que esta tarde iba a verle. Parecía tener experiencia en estos casos. ¡Cuánto dinero le estará costando todo esto a su hermana! ¡Y todo por culpa mía!
- ¡Mamá, cierra el agua!
La voz de Melania. Mi corazón latiendo fuera de mi cuerpo me obliga bajar una vez más a la tierra. He estado a punto de olvidar que mañana me ha citado su profesora a las tres y media, según ella, para darme una noticia importante.
- ¿Buena o mala, Mel?
- Ni buena ni mala, importante.
1 comentarios:
A las 16 de agosto de 2008, 18:07:00 GMT-7 , dulce ha dicho...
Hola,
soy mamá, abogada de causas pérdidas (la mía, jeje), tejedora de ilusiones y de todo un poco.
Entré a tu espacio y encuentro muchos puntos interesantes y atrayentes. Celebro el hallazgo.
La mujer es víctima de ella misma a veces, al no denunciar, al callar, al no darse cuenta de su propio valor. Cuántos tipos de violencia conoces??? En Latinoamérica la hay de todos colores y sabores. Maltrato es un tema triste pero vigente siempre. A veces creemos que mengua, pero sólo va cambiando de disfraz.
Regreso porque me gusta. Un saludo.
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