sábado, 11 de noviembre de 2006
De que el objetivo principal de mi existencia sería tu felicidad me enteré nada más notar tus primeras patadas en mi vientre. Fue un lunes de enero, mientras tomaba una hamburguesa con ketchup y una fanta de limón en el Burger King de las Ramblas (nunca seguí a rajatabla los consejos de las revistas sobre alimentación)
Ahora, años después, sigo en mis trece.
Tu felicidad es mi felicidad, tu llanto mi inquietud, tu dolor es mi dolor y tu sonrisa mi mayor satisfacción.
Y si para alcanzar tu felicidad tomaras un camino equivocado, que significa horas y horas entrenando por una meta que se esfumaría en un minuto, una medalla que nadie más que tú valoraría, días y días de sacrificio y renunciar a tu infancia y pre-adolescencia para superarte cada segundo a ti misma … ¿quién sería yo para impedírtelo?
La tienda de informática
Hace algunos días, la tarjeta de mi ordenador portátil sufrió una inesperada avería que me impedía conectarme a la red. Dado el nivel de adicción laboral y personal que sufro a diario, me ví obligada a acudir de inmediato a la tienda de informática donde adquirí esa infame herramienta que me tiene enganchada. Muy amablemente, la dependienta me indicó que no podían dar traslado de mi reclamación al servicio técnico porque éste estaba en otra elegante tienda de la cadena, en la parte alta de Barcelona.
Debido a mi vorágine profesional diaria, me encontré a las siete y media de la tarde en medio de una cola de unas diez o doce personas ávidas de nuevas tecnologías, con mi hija de dos años dormida en brazos, la maleta de abogada en una mano, la cartera de la escuela en la otra y un terrible dolor de cabeza. En la sala había unas siete u ocho sillas, ocupadas también por varios compradores, y sólo tres dependientas: eso sí, todas vestidas de azul y blanco como manda la normativa interna de la empresa a la que representan. Estuve tentada de marcharme, pero puesto que ya había hecho el viaje hasta la tienda y necesitaba tener conexión, decidí hacer un esfuerzo y quedarme en la cola. Además, mi confianza innata en el género humano me hizo suponer que, a buen seguro, viendo la pinta que yo llevaba, o los ojitos cerrados y los rizos enredados de la niña, alguno de los presentes se levantaría y nos dejaría sentar.
Pero no sólo no fue así, sino que las cosas todavía podían empeorar. Alguien entró en la tienda más tarde y preguntó:
- ¿Quién es el último?
No tuve tiempo de contestar, porque en menos de dos segundos un joven ejecutivo con moreno rayos UVA, que no tendría más años que yo y de ésos que ni de soltera me hubieran inspirado una sola mirada, se giró, nos miró por encima del hombro y de un modo insultante masculló:
- ¡Tú, tú eres la última! ¡No yo!
No era cierto. El último era él. Pero no era ésa la cuestión. En ese momento se esfumó toda mi vocación social y deseé con todas mis fuerzas tener una varita mágica para hacer que el móvil de ese joven le estallara en mil pedazos, sumiéndole en un profundo sueño que le hiciera reflexionar sobre qué mundo tenemos y si no es, en realidad, el que nos merecemos.
Ajena a todo esto, mi hija seguía durmiendo profundamente.
Érase una nariz superlativa
Para los que no me conocen todavía, deben saber que soy portadora de una nariz privilegiada. La naturaleza – y mis padres, cómo no – me dotaron de una nariz que parte la realidad en dos como Moisés dividió los mares en el Antiguo Testamento., Que se destaca en medio de una manifestación de naipes, en la que pueden encestarse anillas en la feria e incluso servir en la fiesta de Fin de Año de improvisado colgador de abrigos y americanas.
Pero aunque sea difícil de creer, la existencia pegada a una nariz tiene innumerables ventajas. Por lo afilado de su punta, puedo ayudar a la vecina a abrir una lata de espárragos, al pastelero a confeccionar donuts de azúcar y a mi hija a realizar su taller de manualidades. Cuando hace mucho calor, sirve de ventilador portátil, puesto que mi nariz dispone de la función natural de separar el aire frío del cálido, y gratis. Y cuando llega el invierno, en casa tampoco precisamos de calefacción: con sólo uno o dos resoplidos, el aire se calienta a 36,5º, que suele ser mi temperatura corporal habitual. Ahora bien, mejor no les cuento lo que ocurre y lo que piensan mis compañeros de oficina si una vez al año, durante el invierno y por mala fortuna, pillo un resfriado.
De niña, mi nariz me permitía interpretar siempre los mejores papeles en las obras de teatro: Pinocho, Cyrano de Bergerac, etc., y me evitaba tener que aprenderme de memoria esos papeles cursis que deseaban todas las niñas tontas y sus madres: Blancanieves, Caperucita Roja, la Princesa Prometida …
Pasaron los años y, a los quince, mi nariz sirvió de útil y efectivo espantamoscones: los varones púberes que osaban acercarse a mí realmente lo hacían por amor, interesados en conocer más a fondo lo apasionante de mi belleza interior. Además, me ahorraba los carísimos maquillajes de ojos que utilizaban mis amigas, puesto que mis pupilas y pestañas son imperceptibles, ocultas como están bajo la grandeza de mis fosas nasales.
Puesto que la oscuridad de la discoteca era el único lugar en el que mi nariz no se distinguía, un día logré engañar a un avispado joven en celo, pero el hechizo se deshizo cuando se abrieron las luces de la sala: en ese preciso momento el joven apartó las manos de mi cintura – el destino, para compensar, me regaló una figura elegante y estilizada que era la envidia de todas - y salió corriendo con la excusa de lo avanzado de la hora.
Más adelante, en la universidad, tuve algunos problemillas: en uno de los exámenes de mi cuarto año, cuya materia no recuerdo, debí salir del Aula Magna de la facultad de Derecho ante la sospecha de un examinador de alojar chuletas en mis magnos orificios. Y cuando me incorporé al mercado laboral, en mi primer despacho, pretendían que mi nariz funcionara de separador de expedientes, a lo que me negué por lo bajo de su oferta económica.
Ya adulta, me asocié al Nariguts Club, asociación sin ánimo de lucro cuya sede central está en Barcelona y se financia exclusivamente con las cuotas de sus numerosos socios. Somos ya veintisiete mil socios y la cifra va en aumento:¿quién dijo que ser narigudo no tiene sus ventajas?
Una abogada a una nariz pegada
Desde que tengo uso de razón escribir ha sido para mí más que un disfrute, es una necesidad. Y ahora que el universo de las nuevas tecnologías nos regala la posibilidad de tener una ventana abierta al exterior donde expresar todo lo que el día a día no nos permite gritar a los cuatro vientos, no voy a ser yo quien deje pasar esta oportunidad. Tengo 33 años a punto de cumplir 34, soy abogada, escritora aficionada y madre, además de asesora de lactancia y educadora en masaje infantil. Los que me conocen dicen que soy generosa, hiperactiva, perfeccionista y, sobretodo, feliz y convencida de lo que hago. Como buena Libra suelo mediar en los conflictos, y lo que sí es cierto es que mis intereses suelen ser los últimos después de los de los demás.
Este blog tratará de lo que son mis dos grandes pasiones en torno a las cuales gira mi existencia: el ejercicio de la abogacía y el mundo de la maternidad y los niños. Pero también con un guiño a mi tercera pasión: la literatura. Así que no os extrañéis si os encontráis un post sobre la reforma del turno de oficio prevista en Cataluña mezclado con los beneficios de la lactancia materna en relación al incremento del vínculo entre madre e hijo derivado del efecto de la oxitocina. Y dejo a vuestro libre albedrío adivinar cuáles de los posts son reales como la vida misma y cuáles obedecen únicamente a mi imaginación de escritora aficionada, ya que os haré partícipes de algunos de mis relatos y cuentos que reposan todavía en papel en un cajón del despacho que se cae a trozos.
O una crítica feroz a un sistema que permite que un cliente inocente pase tres días en el calabozo debido a una denuncia falsa de una esposa despechada, junto con la reivindicación de respetar y comprender las necesidades de los bebés a la hora del sueño, o de una legislación laboral que no obligue a las mamás a separarse de sus hijos con apenas tres meses y medio de vida.
Mi nariz será intolerable y no dejará títere con cabeza. Ya que muchas cosas no pueden cambiar … por lo menos, me queda el derecho al pataleo.
Así que esperad, voy a coger mi toga y vengo.
¡Audiencia pública!