Érase una nariz superlativa
Para los que no me conocen todavía, deben saber que soy portadora de una nariz privilegiada. La naturaleza – y mis padres, cómo no – me dotaron de una nariz que parte la realidad en dos como Moisés dividió los mares en el Antiguo Testamento., Que se destaca en medio de una manifestación de naipes, en la que pueden encestarse anillas en la feria e incluso servir en la fiesta de Fin de Año de improvisado colgador de abrigos y americanas.
Pero aunque sea difícil de creer, la existencia pegada a una nariz tiene innumerables ventajas. Por lo afilado de su punta, puedo ayudar a la vecina a abrir una lata de espárragos, al pastelero a confeccionar donuts de azúcar y a mi hija a realizar su taller de manualidades. Cuando hace mucho calor, sirve de ventilador portátil, puesto que mi nariz dispone de la función natural de separar el aire frío del cálido, y gratis. Y cuando llega el invierno, en casa tampoco precisamos de calefacción: con sólo uno o dos resoplidos, el aire se calienta a 36,5º, que suele ser mi temperatura corporal habitual. Ahora bien, mejor no les cuento lo que ocurre y lo que piensan mis compañeros de oficina si una vez al año, durante el invierno y por mala fortuna, pillo un resfriado.
De niña, mi nariz me permitía interpretar siempre los mejores papeles en las obras de teatro: Pinocho, Cyrano de Bergerac, etc., y me evitaba tener que aprenderme de memoria esos papeles cursis que deseaban todas las niñas tontas y sus madres: Blancanieves, Caperucita Roja, la Princesa Prometida …
Pasaron los años y, a los quince, mi nariz sirvió de útil y efectivo espantamoscones: los varones púberes que osaban acercarse a mí realmente lo hacían por amor, interesados en conocer más a fondo lo apasionante de mi belleza interior. Además, me ahorraba los carísimos maquillajes de ojos que utilizaban mis amigas, puesto que mis pupilas y pestañas son imperceptibles, ocultas como están bajo la grandeza de mis fosas nasales.
Puesto que la oscuridad de la discoteca era el único lugar en el que mi nariz no se distinguía, un día logré engañar a un avispado joven en celo, pero el hechizo se deshizo cuando se abrieron las luces de la sala: en ese preciso momento el joven apartó las manos de mi cintura – el destino, para compensar, me regaló una figura elegante y estilizada que era la envidia de todas - y salió corriendo con la excusa de lo avanzado de la hora.
Más adelante, en la universidad, tuve algunos problemillas: en uno de los exámenes de mi cuarto año, cuya materia no recuerdo, debí salir del Aula Magna de la facultad de Derecho ante la sospecha de un examinador de alojar chuletas en mis magnos orificios. Y cuando me incorporé al mercado laboral, en mi primer despacho, pretendían que mi nariz funcionara de separador de expedientes, a lo que me negué por lo bajo de su oferta económica.
Ya adulta, me asocié al Nariguts Club, asociación sin ánimo de lucro cuya sede central está en Barcelona y se financia exclusivamente con las cuotas de sus numerosos socios. Somos ya veintisiete mil socios y la cifra va en aumento:¿quién dijo que ser narigudo no tiene sus ventajas?
1 comentarios:
A las 21 de noviembre de 2006, 9:36:00 GMT-8 , Leciñana Vallejo ha dicho...
Es mi deseo que mantengas ese especial olfato que te permite una nariz superlativa como la que dices que portas, para conquistar tus cimas y ayudar a resolver problemas a aquellos que se encuentran tan desprotegidos en esta sociedad. ¡Felicidades! por tu blog. Lo que parecía imposible hace un par de meses, se ha hecho realidad.
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio