Violencia doméstica
No pude pegar ojo en toda la noche, como tantas otras noches en que la cama vacía y el silencio absoluto, eran las únicas sábanas que arropaban mis miedos. Desde mi habitación, sólo podía percibir la fuerte respiración de tres niños que nunca más volverían a ser hijos suyos.
Sólo de pensar su reacción tras haber sido esposado y escoltado por una pareja de Mossos d’Esquadra me quemaba el alma. Por mucho que me dijeran que mi denuncia estaba justificada, no lograba escapar de aquellos fantasmas que se escapaban de la noche para robar mis sueños…
Otra noche más desde aquella fatídica noche. La noche en que pensé que ya no lo contaba.
Imaginaba cómo podía reaccionar al verle llegar detenido en el Juzgado, mordiéndose las uñas, justificando lo injustificable. Estaba aterrorizada, y todos decían que ese miedo justificaba mi denuncia, pero el miedo que ahora mismo me bloqueaba y me impedía respirar no era ése: era el miedo a mí misma.
“La peor soledad es del que tiene mala compañía”, me repetía, me lanzó sobre la cama para darme un beso, para que le acariciara, para no sentirse solo.
No tuve tiempo de reaccionar porque cuando me di cuenta, empezó a pegarme una y otra vez. Con sus manos, con sus puños, con la lámpara… hasta que se hartó y se fue corriendo por la escalera dejando un charco de sangre que yo misma limpié para excusarle.
La policía no le encontraba y yo le llamé para advertirle: “márchate, te están buscando”. “Claudia, eres la mujer de mi vida, que sepas que me has hecho muy feliz… No me importa nada, me entregaré. Sé que tú me estarás esperando cuando salga”.
La Juez me pregunta:
- ¿Está usted de acuerdo en que salga bajo libertad provisional? Podemos suspender su condena, porque se ha conformado con la pena que no llega a dos años, y sustituirla por 1.800 horas de trabajos en beneficio de la comunidad.
Me vuelve a subir la angustia por la boca del esófago, lo que hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Pienso en mis niños y no puedo hundirme. Sólo son tres sílabas: A-CEP-TO. Si lo digo en dos horas estará fuera. En casa. Conmigo.
- Por favor, señora, no le hemos escuchado.
- ¿Cómo?
- No acepto.
(Real como la vida misma. Lo transcribí en las tres horas que me hicieron esperar para entrar a juicio con la protagonista de esta historia)